Bajo del colectivo, me prendo un pucho y camino una cuadra y media hasta el mismo banco de siempre, a veces suele estar ocupado por alguna parejita y entonces me siento en el árbol. Nuestro árbol. 
Desde donde estoy puedo ver a una pareja, un chico acostado en el pasto, y ella, con el uniforme del colegio, sentada al lado de él. No le importa tirarse encima de su chico y que se le suba la pollera, no le importa si alguien la mira o no. Ella lo abraza y lo llena de besos. Me causan ternura. 
Mientras tanto, otra pareja se besa en el banco más cercano al mio. Yo sigo acá, sola. Me levanto, camino un rato y veo una chica sentada en el pasto, armándose un porro. La misma que me cruce hace unos días, en el mismo lugar, pero tomando mates. Creo que me cae bien. 
Me voy a caminar a otro lado, me voy a fumar donde haya menos gente, donde me da el solcito y puedo estar en paz, sola. 
Y pienso en cuantas veces estuve acá, en cuantas veces estuve esperándote, cuantas veces te habré cruzado (¿casualidad?), cuantas veces te vi llegar y cuantas veces estuvimos llenándonos de besos como aquella parejita. Pienso en todas las veces que lloré por vos, en todas las veces que me mentiste y en como sigo esperando algo de vos. Y entonces me doy cuenta, esa era yo, yo a los 15 años, yo a los 16, yo a los 17. Y acá estoy, yo a los 18 años. Decido romper con todo esto, darle fin. No buscarte más, no esperarte más. Decido dejar a esa nena que sufría por vos, que solo esperaba verte llegar, que te acerques y compartas el lugar conmigo.
Vuelvo, me siento un rato más y me despido. 
Que sea lo que tenga que ser, me voy.

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